jueves, 10 de diciembre de 2015

Eres tan frío. Me decías mientras recorríamos las luces de la ciudad. No sé si me he pasado con la cerveza o son tus besos que me embriagan. Te dije. Me da igual, si eres de piedra, yo me quedo con la luz de tus ojos. Después hicimos el amor. Y no pensamos nada más, juntamos nuestros cuerpos y miramos el tiempo pasar. Y nos quedamos…por favor, un rato más te susurré. Quédate aunque sea para el amanecer, antes de que nos olvidemos y de  que este amor nunca haya existido. Quédate hasta las luces del alba. Y te quedaste un rato más.
    Cuando desperté ya no estabas allí y supe que nunca ibas a volver a estarlo. Empezó a hacer algo de frío, aunque nunca me llego a importar. Me vestí y llore. Lo bonito también hace daño.  Mis noches compartidas siempre resultaron ser tan efímeras. Ya no quedaba nada más allí, tan solo un breve recuerdo. Me marché. Camine sabiendo que el amor me iba a volver a hacer daño, que Cupido me iba a volver a disparar sin piedad, que iba a volver a amar con la bragueta bajada.
Con las medias rotas por las prisas.
     Con el rimmel corrido.
              A pelo, sin protección, impaciente,  a bocajarro, como la vida.

Encendí mi último cigarrillo,
paso el tiempo y nunca más te volví a echar de menos.

               

martes, 22 de septiembre de 2015

Había humo por toda la sala y olía a vino barato. Al fondo se encontraban un grupo de amigos y sus voces roncas, sus risas exageradas, inundaban toda la estancia. A su lado había otro grupo de amigos, estos menos borrachos pero también, como diría Jony, completamente colgados. Estaban debatiendo algo sobre comunistas, guerras ya olvidadas y no sé qué putas del pasado. En el infecto y corrompido baño se escuchaban gemidos.
En ese antro asqueroso, entre toda esa porquería, volvió a aparecer ella. Andaba con gran sutileza y seguridad, a pesar de ello, todavía caminaba con un halo de inocencia que me embriagaba. Cuando sus piernas largas comenzaron a dirigirse hacia mí sentí que mi corazón se paraba y mi piel se erizaba, como si se despertara al verla.  Estaba tan bonita, tan cansada, tan ausente, tan dulce, tan desafiante. Llevaba carmín rojo. Tenía el pelo completamente negro; estaba suelto y despeinado. Me habló con la misma firmeza que cuando apareció en mi cuarto, cuando le escribí mi queridísimo relato: rostro de vos.

-Pídeme una cerveza, o dos- no dijo por favor, ni siquiera me miró. Se las bebió mientras seguíamos en silencio. No me cansaba de mirarla, joder, esa maldita bruja. No pude aguantarlo y entre el humo de sus cigarrillos, le miré fijamente a los ojos y le hable, casi en modo de suplica,
-¿Por qué has vuelto a aparecer? Tu silencio retumba por todas las partes de mi cuerpo.
¡Y otra vez esa maldita risa indiferente!
-¿Por qué tanto miedo al silencio? Como dijo Mia en Pulp Fiction, ¿no es mucho mejor que una conversación cutre y completamente irrelevante? Me gusta la gente que disfruta del silencio, pero, curiosamente, solo aparezco cuando me llaman a gritos. Tu me estabas gritando mientras me mirabas, y gritabas en este bar. Pero nadie te escuchó. Gritabas, sí, se te nota en la mirada. Gritabas porque tienes miedo al tiempo. Al tic-tac solitario de todos tus relojes. A marcharte y no dejar huella ninguna.-Volvió a fumar. Inspiro, exaló, y volvió a callar.
- Eres una puta. Tú que sabrás de mi marchito corazón, de mis noches en vela, de mis ausencias.
-Estoy en ti. Ambos lo sabemos. Pero yo soy la única que sabe que debes marcharte. Que aunque te quedes ya se han ido y no te van a recordar durante más tiempo. Tendrás el corazón roto, pero yo te aseguro, que no lo necesitas para seguir caminando, ¡que cojones le dará al resto tus absurdos problemas! Eres un cobarde y te da miedo el cambio.  El mundo esta lleno de misterios, de experiencias inauditas para la gente corriente. Pero tú no debes ser así. Revélate, grita y huye cuando algo no te guste. Es inevitable el vaivén de las personas, pero también es inevitable que tu viaje continue. No agaches la cabeza, ni me vuelvas a suplicar, ¡por nada! ¿Sabes? Espero no volver a verte con la piel de gallina. Ni mucho menos con esa cara de gilipollas melancólica.
 Mientras hablaba tenía, por primera vez, los ojos fijos en mí. Desde aquella distancia podía oler su perfume mezclado con sudor.
No conteste.
De repente, como en un sueño, ella ya no estaba allí, volvía a estar solo en aquel lugar deprimente.
                                                           
                                                     Pagué,
                                                        me levante,
                                                                   y me fuí.